
Latido de tercera base
Por Atzin Roxana Sanchez Juarez
Fotografía: Especiales

En ese diamante de sueños, donde cada base cuenta una historia y cada jugada puede volverse leyenda, Alberto Sanchez Dorantes no era solo un nombre en la alineación: era el latido constante del equipo. Con el guante firme y el temple de acero, se movía por la cancha como si cada rincón del campo lo hubiera conocido desde niño. Su presencia era silenciosa, pero contundente; no necesitaba palabras para inspirar, bastaba verlo correr tras un elevado imposible o deslizarse como un relámpago para robar una base en el momento justo.
Era el tipo de jugador que hacía que las gradas se levantaran, los entrenadores respiraran tranquilos y que sus compañeros supieran que, mientras él estuviera en el campo, había esperanza. Tenía esa magia que no se entrena: intuición, pasión y una entrega que convertía cada partido en una promesa cumplida.
Tenía entre 16 y 18 años de edad cuando empezó a tomarse en serio el béisbol; empujado por la camaradería de sus compañeros y el amor que floreció entre juegos rústicos. A pesar de haber comenzado relativamente tarde, su talento natural brilló de inmediato.

“El Caballo”, Alberto Sanchez Dorantes
Alberto, apodado “El Caballo” por su fuerza, velocidad y coraje, se adueñó de la tercera base como si el destino se la hubiera asignado. Jugara donde jugara, la esquina caliente era suya. En esa posición construyó una reputación de respeto y admiración. Las atrapadas que lograba no solo detenían carreras, sino que lo hicieron merecedor de varios trofeos y el reconocimiento regional en cada liga en la que participaba.
Jugó con equipos que hoy se recuerdan con cariño: los Tigres de Tlanalapa, los Rojos de la Fábrica en Ciudad Sahagún, así como los Atléticos y los Pajaritos. Su trayectoria se tejió en torneos regionales que reunían a escuadras de distintas zonas, donde su nombre era sinónimo de juego limpio, pasión y liderazgo. Aunque nunca participó en campeonatos internacionales, su huella quedó marcada en cada campo donde jugó.
Era un líder nato. Antes de los partidos, él organizaba pláticas con sus compañeros para hablar de estrategias, posturas y formas de agarrar el guante. También tenía una rutina particular: era de los primeros en llegar para ayudar a preparar el campo. Lo deshierbaba, limpiaba y trazaba… incluso promovió la realización de rifas para construir un estadio digno. Su compromiso con el deporte iba más allá del juego: era comunidad, era entrega.

Lo que lo hacía especial dentro y fuera del campo era su capacidad de convivir y generar lazos con sus compañeros, quienes lo querían y admiraban. "El Caballo", como también se le conocía, era más que un apodo: era un símbolo de fuerza, confianza y constancia. Todos hablaban de sus partidos, en especial los que jugó con los Tigres, donde dejó grandes recuerdos. Aunque no haya una sola anécdota que lo defina, su legado vive en cada plática, en cada aniversario del béisbol en el municipio de Tlanalapa se convierte en un eco de su legado, donde su nombre aún resuena con fuerza y gratitud.
Alberto Sanchez Dorantes no solo fue un gran tercera base. Fue un tejedor de memorias, un forjador de comunidad y un ejemplo de cómo la pasión puede trascender campos, trofeos y tiempos. Mientras alguien recuerde una atrapada suya o repita su apodo con cariño, él seguirá corriendo por ese diamante eterno que tanto amó.
